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¿Cómo representar algo que ni el ojo ve y ni el tacto siente? La noción de atmósfera en arquitectura no es solo condiciones de aire, atemperamiento o termodinámica, ni solo fenomenología, un constructo cultural o una pauta ilusionista. No tiene una gradación escalar, una forma estable o una condición numérica. Es todo ello y bastante mas, simultaneo y acontecimiento.

La idea de atmósfera es un fantasma que sobrevuela enigmáticamente la arquitectura, que escapa a la objetividad, que anima la subjetividad y está presente en todo momento.

Atmosphere is my Style
— Turner a Ruskin

El concepto de atmósfera entorpece el discurso arquitectónico; caza a aquellos que tratan de evitarlo y elude a aquellos que lo persiguen. Las formas no acaban en su límite físico. Las formas emanan y modelan el espacio
— Sigfried Giedion.

Construir un edificio es construir una atmósfera
— Mark Wigley

La bruma de las velas de carnaval es la verdadera atmósfera del arte
— Nieztsche parafraseando a Semper

Determinadas obras recientes, en los campos del arte, la arquitectura y el pensamiento han planteado nuevos problemas al respecto. Y quizá esto permite retomar el mundo ya hecho, reescribir su historia y pensar nuevamente la atmósfera, ya no como un fantasma sino como forma.

El objetivo principal de esta investigación ha sido el de localizar los enunciados de la atmósfera como forma en arquitectura. Para ello ha sido necesario localizar sus orígenes, representar una línea de débil declive entre los estratos acumulados de conocimiento de la disciplina arquitectónica, y discernir entre las estructuras de pensamiento de la Modernidad y la Postmodernidad cual de ellas es capaz de representarla y consecuentemente disponerla al uso disciplinar.

¿Pero es realmente posible hacer esto en un mundo construido con infinitud de objetos y sujetos?

Quizá como consecuencia de las técnicas de globalización creciente, la expresión de la preocupación ecológica y su consecuente protagonismo medioambiental, el debate de la crisis energética, o el pesimismo sobre la finitud de las condiciones de medio han llevado a determinados actores a dar forma explícita al problema de la atmósfera.

A su vez, este contexto de intensa visibilización relacional, ha reforzado el medio propicio para convocar en las escuelas de arquitectura un activismo cuyo punto de interés está en un campo desenfocado entre objeto y sujeto. Localizado este en un territorio de proliferación de híbridos entre humanos y no humanos cuyas formas convocan por igual la necesidad de hacer mapas y construir artefactos. En definitiva y como resultado, una propuesta para una arquitectura imbricada en una doble dirección donde tanto la histórica condición objetual arquitectónica, como todas sus consecuencias y relaciones han traído, al frente de la disciplina, campos de intensidades representados en cartografías que se convierten en verdaderas herramientas de proyecto.

No es de extrañar esta situación en un marco de crecimiento exponencial de tecnificación de la comunicación global. Una situación que ha hecho del globo un único lugar. Un único lugar caracterizado porque todo punto o partícula puede ser conectado con todo otro punto o partícula si ambos pertenecen al mismo campo, a la misma estructura o participan de las “supersimetrías” de la misma realidad.

Este descentramiento de la obra entre objetualidad y cartografía pensado desde la multiplicidad, los campos relacionales y los gradientes de intensidad, y ya no desde el dominio de la objetualidad es lo que está en debate entre determinadas voces ya maduras y las nuevas generaciones. Y he aquí que han permitido la expresión de ciertas formas radicales donde todo es relación, todo es información, todo es acontecimiento y sus formas pueden ser llamadas atmosféricas, otra cosa será cuan disciplinar pudiéramos ser capaces de considerarlas en el tablero proyectual de la arquitectura.

¿Cuáles son estas formas? ¿Qué aplicación tiene al campo disciplinar? ¿Son capaces de establecerse como pauta o herramienta disciplinar estas radicales cuestiones de medio?

A través de la obra del filosofo francés Gilbert Simondon: “La individuación”, la investigación a encontrado una línea argumental que he utilizado para reconstruir desde los albores de la Modernidad la historia reciente de determinados acontecimientos arquitectónicos entre pautas de carácter técnico, artístico, y espacial.

Un libro cuya propuesta es ni mas ni menos la de “pensar todo de nuevo”, y cuya solución al problema del título es la de disolver pensamiento y acción, imbricándolas en una misma cosa, pues Simondon establece una fuerte pauta: la información se consolida como una realidad tan verdadera como todas las que hasta ahora hemos considerado sin dudas.

A contra pelo de la mas larga historia disciplinar, sus tratados y sus manifiestos donde la arquitectura tiene como pauta dominante una narración material, este “pensar de nuevo”, pregunta sobre determinadas verdades en las que se apoya la totalidad de la practica. Practica que es para unos, forma cristalizada en el ojo, y para otros, materia donde el devenir queda fuera del discurso. Para otros muchos una depuración formal desde la evolución técnica o se ordena mediante una evolución histórica de las formas estimuladas por los cambios técnicos. Un archivo imparable organizado con argumentos de historicidad que coinciden y refuerzan las concepciones positivas de materialidad en arquitectura, sus formas propias y tipos.

Pensando la disciplina desde Simondon, después Deleuze y Guattari, y varios otros que no convoco en este primer texto, en el que se refiere en el sentido fuerte de la palabra a esta “heterogeneidad”, cabría pensar que la arquitectura abusa de una imagen de estabilidad a la que el hombre sabe de sobras que es difícil contestar, frente a un devenir que domina los tiempos, la geología, la meteorología y la inestabilidad cosmológica. Medidas extraordinarias que han sido exorcizadas en nuestra practica a favor de una historia rica en formas y evoluciones. Quizá, tal representación de esta estabilidad ha sido uno de los poderes ocultos mas comúnmente convocados tanto por los arquitectos en sus proyectos y arquitecturas como por los usuarios que las habitan.

¿Qué tiene la imagen de la estabilidad que se ha convertido en pauta dominante?, ¿en un énfasis de la gravedad para el dominio formal de los hechos arquitectónicos?

Desde esta postura arraigada al suelo podríamos formular otra emancipada de él. ¿Podría ser la atmósfera la otra cara de la misma moneda que paga el hecho arquitectónico?

Rápidamente aparece el discurso de climatización, del aire como sustancia, del aire acondicionado o atemperado, de la cabaña y la hoguera, del “fuego y la memoria” de Luis Fernández Galiano, el debate de la máquina de Reyner Banham, la mecanización de Giedion, el “Junk Space” de Rem Koolhaas o la belleza termodinámica de Iñaki Ábalos. Discursos sin duda disciplinares de fuerte impacto formal y que se desenvuelven en la practica arquitectónica ocupando cada vez mas espacio, demanda técnica, política y social.

Pero no es de esta manera en la que planteo la pregunta. Mas bien se parece a la que se derivaría de la lectura de Sigfried Ebeling en su texto “Der Raum als Membran” del año 1926. Texto que tuvo una profunda repercusión sobre la obra de Mies van der Rohe. Una visión que inserta la practica arquitectónica como mediadora y fuertemente implicada entre las condiciones energéticas del planeta, el cosmos y los flujos de radiación; entre las emisiones, el comportamiento de las partículas elementales y los campos, definiéndola como “membrana” intermediadora de una realidad cósmica. Ebeling representa una realidad que viajaba hacia las preguntas difíciles de la ciencia, en tanto que materia, energía y de sus bases para el “modelo estándar de física de partículas”.

¿En qué medida deberíamos retomar para la disciplina una mayor aproximación a los problemas y respuestas de la ciencia sobre la pregunta por la materia, a sabiendas que es la materia uno de los asuntos fuertes de nuestra practica profesional?

¿En que medida el concepto de “dimensiones intermedias” que maneja la física está desmentido por los nuevos descubrimientos y demostraciones? Y como consecuencia ¿En que medida la arquitectura existe como objeto de conocimiento dentro de todas las nuevas aperturas sobre la constitución, individuación y las peculiaridades de adquisición de masa de la partícula?

La arquitectura que plantea Ebeling está colmada de aciertos si se la mira desde la actualidad del conocimiento de la física. Su texto considera de algún modo la existencia de fuerzas fuertes, débiles, electromagnéticas y la gravedad. Se aproxima a ideales energéticos en continuidad absoluta. No hay objetos sino campos de intensidad.

La metáfora de la membrana es la metáfora que acompaña a esta tesis en tanto que considera la arquitectura como un mediador vibratorio de campos de intensidad. Una membrana que modula, que modela, no un molde

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